Tras la primera semana de mi primer viaje en bici, me encuentro en condiciones de escribir unas primeras sensaciones sobre este mundo, nuevo para mí, del viajar sobre pedales. Concretamente, voy a empezar por describir las nuevas relaciones que he ido creando estos primeros días. Y así para artículos posteriores ya estamos todos presentados.

Para empezar, la relación con mi bicicleta. Todavía no le he puesto nombre, aunque está al caer: se agradecen sugerencias. De momento tenemos una buena relación; todavía nos estamos conociendo. Se porta bien conmigo, no me ha hecho ninguna jugada, y yo le devuelvo el trato. Si es verdad que el roce hace el cariño, en pocos días estaremos más encariñados que una pareja de telenovela suramericana. Seguro que tendremos nuestros más y nuestros menos, un día tendré que arreglarle un pinchazo, quizás otro tendrá alguna avería un poco más grave… Pero seguro que serán sólo pequeñas discusiones que superaremos como adultos. Más le vale, porque como no las solucionemos la dejo plantada en cualquier cuneta y cojo el siguiente tren a Atenas. Y me quedo con la custodia de las alforjas.

También tendría que hablar de la relación entre mi cuerpo, y más concretamente mis piernas, y yo. Quien me conoce sabe que, aun estando en forma, mis “patas de alambre”, como dice la canción, no asustan a demasiada gente, aunque aguantan lo que les echen, que en algunos momentos de mi vida ha sido mucho. Mi preocupación antes de salir era la rodilla izquierda, que cuando mis padres me la montaron me pusieron el modelo quejica, y no sabía si aguantaría tanto tute. Pero es curioso ver como el cuerpo se adapta rápidamente a condiciones nuevas, y a menudo no le damos el crédito que se merece. Por un lado, mis cuádriceps ya se han adaptado a la kilometrada diaria, se levantan cada mañana sorprendentemente frescos, y han adquirido un punto más de volumen que protege a la rodilla para que no se queje tanto. Por otro, los que han practicado el ciclismo como deporte conocen el dolor que se siente cuando un día se pasan demasiadas horas sobre la bicicleta, y al día siguiente se repite la operación. No se me ocurre forma fina de decir esto, pero el caso es que mi culo también se ha adaptado a eso. Desconozco el biomecanismo que ha utilizado, pero sencillamente ha dejado de doler. Vale, sí, quizás los últimos kilómetros del día molestan un poco, pero nada comparado con lo que cabría esperar llevando 600km en una semana.

Otro tipo de relación es la que se establece con los conductores que te avanzan. Destacan dos tipos: El que te pita para animarte y el que te pita para quejarse. Al primero: Gracias, y disculpas por los insultos que te dedico en mi cabeza durante los segundos que tardo a darme cuenta de que me estás animando. Al segundo: A ver. Listo, que eres un listo. ¿Te dejo la bici y me subo yo al coche? ¿Y te voy pitando hasta que te desplaces el medio centímetro que te separa de la cuneta, a ver la gracia que te hace? Pues deja de pitar y aprende de una vez que para avanzar a un ciclista puedes invadir el carril de sentido contrario. Y deja un metro y medio, o te lanzo el botellín a la luneta trasera.

Por último, aunque soy un ateo convencido, me he inventado un dios particular de la lluvia y el viento, al que he apodado Norbac. Giradlo y os sorprenderá. Os aseguro que si existe tal dios, debe de estar muy, pero que muy ofendido, con mi vocabulario hacia él, o ella, últimamente. Tenemos una relación especial. De amor-odio, diría yo, aunque más bien de odio, de momento. Hoy, sin ir más lejos, mi buen amigo ha decidido dejarme salir de Arles con no más que un suave chirimiri, que junto con las piernas frescas después del día de descanso, me ha hecho pensar que hoy el día pasaría rápido. El tipejo tiene sentido del humor, porque cuando ya casi me había convencido se ha puesto a diluviar y a hacer un frío que me han obligado a parar, refugiarme y tomar algo caliente cuando apenas llevaba 25km. Hasta ahí tenía gracia, pero mi dios se tiene bien ganado el nombre, y ya casi no ha dejado de llover en todo el día. Sólo me ha dado un respiro de media horita para volver a enseñarme todo su arsenal los últimos 15km hasta Aix-en-Provence, el destino de hoy, para que llegara a “casa” bien remojado. Quizás debería proponerle de tener una conversación adulta, de dios a ciclista, porque esto no puede continuar así…