Cada año en agosto tiene lugar en Kandy el Esala Perahera Festival, un conjunto de celebraciones que duran cerca de una semana para rendir culto a la reliquia que guarda el templo de la ciudad: un diente de Buda. Es el festival más importante de Sri Lanka y uno de los más relevantes del mundo budista. Así pues, aunque nos hacía descuadrar toda la ruta decidimos forzar estar en Kandy en esas fechas para presenciarlo. Cada noche hay algo parecido a una procesión por el centro, en la que desfilan bailarines con fuego, música y danzas, y elefantes adornados para la ocasión. Se supone que la espectacularidad de la desfilada va en aumento hasta llegar al punto culminante que supone la última noche. Ese día es el que fuimos a verlo.
El festival fue impresionante, eso es innegable. Visualmente hablando la destreza de los bailarines con fuego, combinado con los elefantes con ropas brillantes y bombillas para resaltar su silueta, junto con un sinfín de bandas musicales vestidos con los ropajes tradicionales bailando al compás de la música, creaban una escena memorable. Además, lo vimos rodeados de gente local que asistían al evento no por interés cultural sino como práctica religiosa, para poder ver el diente de Buda y pedirle que les ayude a lograr sus objetivos. Eso hizo que pudiéramos observar de cerca como lo viven las personas para las que tiene algún sentido más allá de la belleza visual, y estar en contacto con los ceilandeses en momentos tan especiales para ellos, lo que hizo la experiencia más interesante y auténtica.
Ahora bien, aunque todo lo que he contado en el párrafo anterior es completamente verídico, no es toda la verdad. Si queréis ir a verlo también tenéis que tener en cuenta todo lo siguiente. Para poder ver la desfilada hay que ir con mucho tiempo de antelación. Alguna gente local se pasa ahí todo el día para poder tener un buen sitio. Unas 2 horas antes de que empiece ya están todas las aceras abarrotadas y las calles cortadas, y no se puede encontrar sitio. Lo ideal es llegar hacia las 18-18:30 para poder verlo de cerca. Todo el mundo espera sentado a que empiece. La desfilada empieza por fin hacia las 10 de la noche. Eso quiere decir que para entonces llevas entre 3 y 4 horas sentado en el suelo sin apenas espacio, te duele todo y te has planteado irte unas cuantas veces. Hay que comprar comida y agua antes de ir. Cuando finalmente empieza se alarga unas 4 horas. Eso significa que, aunque antes de empezar hayan avisado por altavoces de que uno no se puede mover del sitio hasta que acabe, lo más probable es que intentes escabullirte cuando no aguantes más. En nuestro caso eso fue hacia la mitad, cuando llevábamos 2 horas de desfilada.
La alternativa es pagar por estar sentados en sillas detrás de la gente que está sentada en la acera o en balcones desde donde se puede ver mejor la desfilada. Por internet anticipadamente cuestan un dineral, pero ahí mismo al último momento se puede conseguir alguno que haya quedado vacío por un precio menos disparatado. Casi todos los que están sentados en la parte cómoda son turistas, con lo cual se pierde la gracia de vivirlo exactamente como los locales, pero la verdad es que tantas horas sentado como buenamente se puede en el suelo hacen que te plantees si no deberías haber pagado la “turistada”.
Otro tema a tener en cuenta es el maltrato animal que reciben los elefantes. Ya no sólo en la propia desfilada, donde los elefantes andan con las patas encadenadas precariamente y llevan ropas y luces que dudablemente sean muy agradables para ellos, sino la vida en general que tienen estos animales. Los elefantes son animales salvajes que no se pueden domesticar si no es a base de la tortura, y lo que se consigue no es tan adiestrarles, sino que aprendan a temer las represalias de no actuar como se les ordena. Las cicatrices, consecuencia de las distintas torturas a las que son sometidos, son evidentes en sus patas, que es la única parte que no llevan cubierta. Asistir al festival, o participar de cualquier evento o actividad donde se usen elefantes “domesticados”, no deja de ser lo que fomenta que sigan existiendo estas prácticas, y una sociedad avanzada debería aprender a suprimir o adaptar las tradiciones en que se usan animales para respetar a unos seres vivos que no tienen ninguna culpa que alguna tradición anacrónica dicte que se les deba maltratar, sean elefantes, caballos o toros.
Ahora, puesto todo sobre la mesa, teniendo en cuenta las incomodidades que se pasan, que se pueden sustituir por el precio de un asiento privado, las implicaciones morales que conlleva, y la innegable espectacularidad visual, es cada uno quien debe tomar sus decisiones consecuentemente.
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